viernes, 6 de agosto de 2010

Carta 372.

El mar se extiende ante mí. Me siento tan pequeña cuándo desde aquí alzo la mirada y veo todas esas lucecitas que deslumbran en la inmensa oscuridad del cielo... A un lado playa, al otro más playa aún...y el silencio. ¿Sabes? en momentos como estos en los que puedo pasear descalza y hundir mis dedos en esa mezcla de colores con tonos marrones, junto con almejas y piedrecillas, de las cuales algunas son tan hermosas que más de un niño pequeño se habría detenido para ir corriendo a enseñarsela a su madre... Siento todo. Es tan intenso. Me tumbo y miro el cielo y veo no una, ni dos, ni veinte...Si no miles de estrellas... Incluso veo las que no veo, lo que me asusta. Me asusta pensar lo pequeña que puedo llegar a ser.
En cambio, hace unos años estábamos tú y yo, tú conmigo, en esta misma playa. Nuestros pies descalzos y el mar ante nosotros, extendiéndose como una piel interminable...pero no tenía miedo. Era grande, enorme. Porque te tumbabas conmigo en la arena, sosteniendo mi cabezita en tu hombro, y me enseñabas la belleza de las estrellas, pero las describías, las contemplabas y las sentías de manera general, ellas
eran tan solo "estrellas" , al igual que aquellas piedrecillas que jugueteaban con nuestros pies.
Pero yo era yo. No había nada general cuando tu mirada quería descansar en la mía, solo en la mía. Ni cuando tu boca quería beber de mis labios, solo de los míos. Ni cuando tus cálidas manos querían fundirse con el frío de las mías, y nada más que de las mías.
Yo sigo sin saber generalizar...como si me hubiera perdido alguna de esas clases de primaria en las que te enseñan el "nosotros" el "vosotros" y el "ellos".
Puede que alguien deba
enseñarmelo, enseñarme quizá, que existe más allá del mar, del "él" .